domingo, 30 de octubre de 2011

*Pasatiempo*

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía

cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros

ahora veterano
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra


Pasatiempo, en "Los inmortales y la muerte", de Mario Benedetti, quien dejó estas tierras en mayo del 2009, embarcándose en un viaje sin retorno hacia el inmenso océano. Este poema se lo leí a Jesús el viernes, en el peda, por la mañana, en los pastos, en una banca, solos, mientras conversábamos de la contingencia. Y otra cosa, antes que se me vaya. Solo quiero decir... gracias Claudia, gracias.

sábado, 29 de octubre de 2011

*Las malditas clases sociales*

Hace unos días atrás volvíamos del San Cristóbal con uno de mis hermanos. Íbamos camino a casa. Cansados por la jornada, avanzábamos silenciosos la mayor parte del trayecto, comentando una que otra cosa de repente. De juegos, del cumpleaños de mi mamá, del paisaje. Hasta que él, ya no recuerdo bien por qué, sacó el tema de las parejas, del tener o no dinero, de con quién debemos relacionarnos, del odio directo hacia los ricos. Complicado tema. Gran sorpresa, como pocas veces. Por eso lo escuché muy atento.
Tenía 17 o 18 años y estaba en los últimos cursos de la media en el Sotomayor, por ese tiempo un colegio de gran renombre en la comuna de Las Condes. En esos años vivíamos allá aún, en el sector medio-bajo. Una compañera de clases de mi hermano decía quererlo mucho. Ella era de plata. A mi hermano también le gustaba bastante, pero no tenía mucho dinero, sino lo justo y necesario. Mi familia rebosaba de humildad, cristianismo y ausencias. Mis padres y otras personas siempre le dijeron que no se involucrara con chicas como ella, pues él no tenía nada que ofrecerle a su altura. Que no era conveniente, que lo haría sufrir, que lo humillaría. Esas fueron sus palabras al menos, quizás distorsionadas, quizás fieles reflejos de un recuerdo.
Un día mi hermano decidió esperarla luego de que saliera de clases. Le había pedido la dirección de su casa con anterioridad, así que decidió hacerlo cerca de allí, de sorpresa. Había guardado valor. Iban a estar juntos. Era el día elegido y emprendió el viaje. Al llegar al barrio y buscar su casa, se dio cuenta del contraste del que le habían hablado. El golpe fue fuerte. Los consejos tocaron fondo. Parado frente a lo que le parecía una mansión lujosa, bajó su cabeza y a paso lento volvió, dejando la sorpresa abandonada y con ella la oportunidad de construir algo. No le importó razones ni emociones ni posibilidades. Simplemente se cegó frente a la cruel y cruda realidad.
Comenzó a guardar odio a los ricos. Aprendió más que nunca lo que era ser rico y pobre. Aprendió que él nació en una familia que nunca sería como la de ella. Eso es lo que le enseñaron.
Al tiempo la chica se le acercó. Le dijo que quería estar junto a él. Que lo quería mucho, que no le importaba nada más, nadie más. Le daba lo mismo dejar todo por estar juntos, pues lo quería tal como era. Tal cual, sin más ni menos. Increíble. Lo otro no era más importante. Mi hermano la rechazó, diciéndole que se olvidara de él y que buscara a alguien que valiera la pena, a su altura, de su clase, que él no le ofrecería grandes cosas, que no tenía dinero para una casa y un auto siquiera. Prácticamente, le dio a entender que ella estaba ilusionada con un detalle irónico imposible. Era solo un capricho. Ella lloró frente a él. Él no dijo nada más. Todo quedó en nada. No se volvieron a ver más. La ilusión se manchó...

Malditas clases sociales.



De eso me hablaba mi hermano cuando volvíamos del cerro, cansados. No me mostré impresionado, pese a que lo estaba. Sé que es un recuerdo que acarrea hasta hoy en día, uno no superado, uno que le marca los pasos cada vez que se acerca o afronta con esa clase de personas. ¿Clase de personas? Qué estupidez. Pero es lo que muchos han construido, lo que muchos nos hacen creer y lo que muchos reproducen sin más...
Ahora mi hermano piensa que ella está casada, tiene cuatro hijos y vive con un tipo con dinero al igual que ella, con autos, con casas, con lujos como nunca, con viajes al extranjero. Pero ¿y si no fue así? ¿Y si ella no era como él pensó que sería? ¿Y si ella hubiese sido capaz de quebrar el círculo vicioso socio-cultural?

viernes, 28 de octubre de 2011

*Encuentra tu camino*

Música independiente que vale la pena. "Find your way", de Pablo Blaqk, una trova mágica e inocente. Recomiendo acompañar con el vídeo.

sábado, 22 de octubre de 2011

*Trozos: Romeo x Julieta*

En el lecho de muerte de su amada Julieta, Romeo la abraza y pronuncia sus últimas palabras.

"ROMEO. - (...) ¡Ah! ¡Julieta querida! ¿Por qué eres tan bella todavía? ¿Hay que creer que el soberano de las sombras, el rey de la nada, se ha prendado de tu belleza, y por eso no ha querido destruirla, y que el monstruo te guarda aquí en estas cavernas sombrías, reservándote para su deleite? Temo que sea así, y por eso vengo a hablar junto a ti. Jamás abandonaré este antro oscuro donde tú reposas. Aquí permaneceré haciendo compañía a los huéspedes de los sepulcros, a los servidores de la muerte, y cuidando de que los gusanos no profanen tu cuerpo. (Se sienta junto a Julieta.) He aquí el sitio que elijo para un descanso que no será turbado ya nunca. ¡Adiós, cuerpo frágil, despojo mortal que este mundo ha lacerado! ¡Voy a sacudir tu yugo y el de un destino que me ha perseguido siempre! ¡Ojos míos, lanzad la última mirada! ¡Un abrazo aun, el último! ¡Labios míos!, ¡ya no respiraréis más el ambiente de la vida! ¡Sellad con el último beso de amor y de fidelidad el pacto sin fin que me entrega a una eternidad sin límite! (Lleva a sus labios el veneno que tienen en un frasco.) ¡Ven aquí tú, guía fatal y seguro, amargo refugio! ¡Ven acá, piloto de la desesperación, y haz pedazos contra este último escollo mi barco, cansado ya de luchar con las olas de la vida! (Bebe el veneno.) ¡Voy a ti, Julieta mía! ¡El viejo mercader no me engañó!... Este veneno obra prontamente. (Estrecha a Julieta entre sus brazos.) ¡Un beso aún, el beso de la muerte! (Expira teniendo abrazada a Julieta.)"



Luego de la despedida de Romeo, Julieta despierta de su largo sueño y ve a su amor sin vida junto a ella, y en un acto desesperado de amor eterno e imposible, Julieta toma la daga de su amado y la clava profunda en su pecho, acompañando así a su esposo en aquella noche eterna. El infame destino terminó engañando cruelmente al aliento de ambos. Sus ojos ya no veían. Sus ojos ya no sentirían ya más...

PS: La canción se llama "Goodbye, yesterday" y es el segundo tema de cierre de la animación japonesa inspirada en la obra dramática de Shakespeare, Romeo x Juliet.

viernes, 21 de octubre de 2011

*En el club (parte II)*

Van a ser casi las 21:30 hrs. y ya el club parece vacío. Salgo a las 23 hrs. Solo los últimos fantasmas pasan a mi lado y se despiden, cariñosos algunos e indeferentes otros. No puedo escaparme antes, tengo que cerrar y checkear todo, ventanas, baños, puertas. Así a que a esperar solamente. Pero está agradable la noche. Hoy no llegaré a mi casa, pues me iré a la de mi hermano por acá cerca. Pensar que tendré que caminar de noche por estos barrios tan tranquilos y ausentes de autos y transeúntes igual me emociona. Me gusta la ciudad de noche, iluminada y solitaria. Ese panorama, esa escena urbana, siempre me ha atraído. Si a eso le agrego buena música... se vuelve genial. Caminar sin escuchar tus pasos, sino el bum bom de la melodía, es un regalo que pretendo no perder siempre que puedo. Aunque si lo pienso bien, ese gusto no es solo por la ciudad nocturna, sino por toda escenografía que hable de ausencias, silencios, lucecillas y un largo caminar y caminar e imaginar. A veces las lucecillas pueden ser las estrellas. Esta vez, serán los focos de los postes. Incluso me sabe mucho mejor si hago esto acompañado de amigos, hablando tonteras o cantando algo, perdidos en la noche. Aún me queda tiempo para aventurarme y pensar en qué convertiré mi travesía... y las que vendrán posteriormente, solo o acompañado. Viva la noche. Viva la nocturna sensación.

jueves, 20 de octubre de 2011

*La Frontera al oeste (II visión)*

El teléfono me sobresaltó. Pero pude volver al sueño.

Marchábamos en una hilera sin vacíos al costado de una gran fortaleza hacia el norte, cantando, bailando, conversando, con carcajadas y saltos y gritos y globos, colores, papeles y disfraces. Y en el fondo de todas las flores y silbatos, las armas negras esperaban gritar rabiosas también esa noche. No todos las portaban, pero todos querían poner fin a esto. Estábamos preparados esta vez y no dejaríamos que desarmaran nuestros pasos.
Muy pronto todo oscureció. Las luces de la gran torre en la lejanía exaltaron la violencia que arremetía contra nosotros nuevamente, pero esta vez más cruda. Era una venganza fría. Distintos grupos se enfrascaron contra los invasores, mientras otros escaparon para reagruparse frente a las bajas. El resto continuaba adelante sumisos aún al andar, como yo. Primaba la acción focalizada en sectores, no dispersa, y eso ayudaba. Se retenía a las bestias en cada lugar en que aparecían. No podían expandirse. No podían tener descansos. Ni ellos, ni nosotros. Así fue como lo planeamos.

Bang, los balazos y las caídas, de uno y otro lado…

Me separé del Ratón en el momento en que la caballería y los acorazados se acercaron mucho a nosotros, dividiéndonos, lanzando agua, gases y disparando. Me tapé la cara. Las bombas ya se podían oír, cercanas, lejanas, en algún lugar. No tardarían mucho en aparecer a mí alrededor y radicalizar el escenario de furias del que ya era parte. Escapé, intentando respirar, mientras con un grueso palo daba un batazo a una de las manchas negras que intentaba succionarme. Entremedio de todo, creí escuchar a mi hermano que me decía que entráramos a la fortaleza. Era muy pronto para hacerlo. Eso significaba que la defensa había tambaleado antes de lo previsto. Pero eso ya no importaba. Teníamos que huir. Tanteamos uno de los accesos móviles de la fortaleza y entramos con dificultad en el refugio. Respiramos tranquilos.
Los accesos eran puertas abiertas, angostos, pero múltiples y continuos a lo largo de toda la fortaleza que nos acompañaba en la travesía. Parecía como si la fortaleza caminara con nosotros. Era extensa. Sus murallas externas se desplazaban en torno a la estructura central en todo momento, dejando al descubierto intermitentemente a decenas de accesos que, luego de un par de segundos, eran cubiertos con la hilera de murallas móviles nuevamente. Eran solo parpadeos. Había que ganarlos, había que dominarlos. Estábamos preparados. Conocíamos nuestros equipos. Estando ya dentro de ellos, se procedía a activar la cubierta de acero que terminaba por aislar por completo a los refugiados de la amenaza externa. Así lo hicimos. Detrás del acero, detrás de los muros, dentro de la estructura. Desaparecimos de la vista de los invasores y de la muerte. Estábamos seguros, más allá, en la fortaleza central, en los lindes de la mismísima Frontera. La fortaleza era el bastión más sólido de defensa que habíamos construido al este de nuestro refugio.


La fortaleza de la Frontera era nuestra. Las fuerzas enemigas no podían hacer uso de sus accesos por el simple riesgo de dispersión y disminución de la efectividad grupal táctica. No conocían su funcionamiento y su movilidad los asustaba como los caballos españoles alguna vez a los indígenas del territorio. De llegar a ingresar, no sabrían hacia dónde dirigirse ni cómo orientarse estando allí. Y no los dejaríamos conocer ni dominar todo esto…
Despabilé. Éramos cuatro dentro. Mi hermano, dos amigos y yo. Teníamos que replantear lo que íbamos a hacer de ahora en adelante. Afuera, se escuchaba la guerra. Mientras, seguíamos en movimiento. El refugio descendía y nos llevaba a los pisos inferiores de la estructura central, desde donde podríamos salir hacia la zona este de La Frontera y descansar, reagruparnos y retomar luego nuestro camino ascendente, subiendo escaleras y atravesando calles internas en penumbra, preparando la siguiente acción junto a todo quien se uniera a la pausa rebelde. La noche estaba profunda. El silencio decía mucho. Miedos, heridas, gritos.
Nos detuvimos en el sexto piso y estación de refugio. Miré hacia arriba. Vi cientos de personas salir de la fortaleza móvil hacia el interior, alarmados, tosiendo, sangrando. Pero pensé que eran aún miles y miles fuera, manteniéndose allí, fuertes. ¿Qué estaría pasando? ¿Cómo estaría todo? La violencia detrás resonaba en las altas paredes.
El Ratón había cambiado, al igual que el resto. Recordaba su mirada. Y recordé de pronto que hace solo minutos atrás, justo antes de la dispersión, justo antes de los disparos, cuando estaban mis pies junto a sus pies, tomó mi mano como despidiéndose de mí, como cada vez que finalizábamos una jornada. El Ratón se despidió de mí ligeramente, disculpándose con una sonrisa, y luego huyó. Corrió hacia el lado opuesto al mío, antes que pudiera darme cuenta del gran detalle ausente. Luego fue cuando me tapé la cara.
Mi hermano me miró. ¿Qué haríamos? Sus ojos preguntaban. No lo sabía. La noche sería larga. Al igual que este frío ascenso que debíamos completar siguiendo lo planeado, nada más ni nada menos. El día avanzaría.
Un sobresalto sonoro. Una bomba quizás, al otro lado de los altos murallones. Abrí los ojos algo confundido, queriendo regresar donde estaban todos. Pero me di cuenta que ya no podría hacerlo. Sonaba el teléfono otra vez. Me había despertado. Me destapé, me levanté, caminé hacia el living y me detuve cuando me di cuenta que el ruido se había detenido. Qué desperdicio. Quieto, refregándome el ojo derecho, me preguntaba qué iba a pasar con el movimiento, con el país, con los esperados cambios que aún no se han asomado. Volví a la cama y me tumbé en ella.
*
Hoy, escribiendo este sueño, aún me lo pregunto. Dejaré el lápiz ahora y me iré a dormir, ansiando regresar a ese lugar en donde dejé marcharse a un amigo sin siquiera despedirlo con el cálido abrazo de siempre, de cada día, de cada encuentro. Mientras queden mañanas, habrá también noches. Y me asaltarán los sueños nuevamente, revolviéndose junto a mí, inquietos. Y podría apostar a que volveré a tener una oportunidad de despedirte, victoriosos. Así será. Adiós Ratón…

miércoles, 19 de octubre de 2011

*La última historia: el vuelo*

La canción es llamada Toberu Mono, por su título en japonés. Corresponde a uno de los temas principales de The Last Story, un vídeojuego RPG de acción lanzado este año para Nintendo Wii en Japón. La primera vez que la escuché la encontré gloriosa. Un gusto para el oído. Viene de la mano del mismísimo Nobuo Uematsu, el mítico compositor musical tras la saga Final Fantasy hasta hace un tiempo atrás. Vale la pena. Mientras, sigamos invocando la llegada del juego a estas tierras. Toberu Mono instrumental, The Last Story.



martes, 18 de octubre de 2011

*La Frontera al oeste (I visión)*

Hoy tuve un largo sueño.

Como cualquier domingo pasado las cuatro de la tarde me encontraba saliendo nuevamente del Club Providencia. La jornada había terminado sin novedades. Como de costumbre volvía solo, pero esta vez no a casa. Tenía un compromiso, uno de muchos y no quería privarme de una instancia capital como esa. Allá me esperaban hoy, para caminar juntos.
Tomé el metro, luego una micro y descendí al llegar al amplio lugar de cerros y firmamento. Comencé a caminar hacia el punto convenido, observando lo llamativo de las casas por la ausencia de edificios. Podía ver muy de cerca las montañas. Estaba limpio allí. La invasión parecía no ser tan concentrada como en el centro. Avancé tarareando y pateando algunas piedras.
Hacía mucho calor. Transité hacia el sur por una vereda de tierra y pasto, angosta, en lo que parecía ser uno de los territorios esquinas de la ciudad. Tablas destrozadas, charcos de lodo y el envoltorio de un caprichoso tentempié achicharrado por el Sol revolvían mí alrededor, sin cuidado. Las calles callaban la escasez de automóviles, pareciendo que solo yo caminaba por allí. Las pobres casas en frente estaban igual de silenciosas, como vacías. A mi costado, un interminable muro acompañaba mi trayecto, enorme, como una barrera guardando un vasto horizonte de pastizales. Graffitis, murales y frases me entretenían de cuando en cuando y la apacibilidad inusitada del lugar me provocaba somnolencia. Bostezando, la brisa me invitaba a seguir adelante. Y yo, continué pateando piedras sin pensar en mucho.



Llegué a un gran portón de madera, algo inestable y roñoso, casi al final de la interminable muralla. Estaba sin seguro, solo con una gruesa cadena que envolvía el pestillo. La saqué con cuidado, abrí, entré y la volví a dejar como antes. Estaba dentro. Ante mi se abría un gran terreno. No podría aproximar sus dimensiones, pero allí había numerosas casas apelotonadas como nunca y efectivamente se lograba ver más allá de todo empalme, al fondo, las largas hierbas aledañas. Una sobre otra, una al lado de otra, una enfrente y tras de otra. Muchas, desordenadas. De hasta tres pisos eran, sencillas, sin mucha sobrecarga, de tablas y cemento, algo desarmadas. Y en el centro de todo aquello distinguía una intachable alameda de tierra, el corredor principal. Las edificaciones se abrían hacia sus costados. El lugar era un barrio cercado y popular, una zona residencial aislada y periférica, el ghetto de la ciudadanía rebelde que ya no se contentaba con el siglo XXI y sus principios. Era el punto geográfico estratégico, el nervio de las ideas coordinadas. Era el núcleo de la certidumbre social conocida en el bajo pueblo como La frontera.
Avancé y ya podía escucharlos. Se percibía el fervor de todos. Atento a la cháchara, supe que la discusión general ya había terminado y que quedaba solo una hora para las resoluciones. Me adentré y pude visualizar a lo lejos al Ratón y al resto en un tercer piso. Me vieron. Les señalé que subiría en un instante. Lo primero es lo primero. Debía pasar al baño y entremedio del tráfico, el griterío y los saludos pregunté por uno y me indicaron la entrada a una de las casuchas cercanas, en un primer piso. Entré. Era amplio. Algo opaco sí. Su apariencia, como todo aquí, era sencilla, con lo necesario, sin lujo alguno. Era un baño después de todo. Me acomodé en una de las cabinas en medio de la hilera y comencé a orinar. Estaba solo. Qué relajo. Mientras lo hacía, despreocupado, un tipo se me acercó a un costado y me habló. Conversamos. Me tensé un poco. Resulta que las cabinas tenían casi nada de cabinas, pues precariamente no eran cerradas y se podía ver a tu vecino completamente al lado. Me sentí invadido, pero me resistí a quebrar ese gesto de libertad, costumbre y conformidad que estaba de moda entre nosotros. Solamente me resigné a cooperar con el vaivén de palabras, intentando no perder el blanco. Apuré la orina. Todo en pocos segundos. Luego me sequé, me cerré y al salir, el tipo me acompañó al tercer piso del grupo B, donde estaba el Ratón. Gracias, dije, y subí.
Llegué arriba. Saludos, abrazos, palabras. Qué sorpresa. Todos parecían distintos, incluso el Ratón. Es como si en sus ojos resplandeciese la particularidad de este momento único. Creo que no olvidaré jamás el detalle. Nos acomodamos, comimos algo, discutimos y descansamos.
Desde allí la ciudad lucía diferente. La perspectiva me atraía. Tendido en una de las camas de lo que parecía ser una sola gran habitación multifuncional, miraba el ventanal sucio que se esforzaba por mostrarme el bello atardecer y la torre a lo lejos, que se alzaba como siempre en el horizonte. Me pregunté si alguna vez esta podría ser empequeñecida más y más, hasta desaparecer el mismo núcleo generador de desgracias. Ese día de seguro estaría alegre, pues sería el germen de la excepción más grande hasta ahora ausente: un cambio.

martes, 11 de octubre de 2011

*Un día (no) como todos, aquí*

Hoy es mi cumpleaños. Mucho tiempo atrás hubiese dicho lo mismo de siempre: "No me gustan los cumpleaños. Son días como cualquier otro, en donde nada cambia, en donde todo sigue igual". Pero actualmente es distinto y quiero que sea distinto. Quiero volverlo especial. La vida es para eso. Es por eso que quiero partir regalándome una sensación hermosa. Un regalo de mí para mí, íntimo, que me haga enamorarme más de la vida, que me permita seguir aferrado a ella. Que me alegre el día. Y aquí lo comparto. Ya celebré con mi familia. Vendrá pronto una con mis amigos. Y desde ya, una cita de amor conmigo mismo.


Una sensación. La melodía es del maestro Joe Hisaishi, compuesta para la película El verano de Kikujiro. Siempre, en lo personal, puedo sacar grandes momentos de la melancolía. ¡Saludos en este cumpleaños!
PS: Una vez la Belén me dijo que la lluvia era un elemento recurrente en mis escritos. Quizás tenga razón. Quizás sea porque amo la lluvia. Quizás porque aprendí a amarla desde chico.